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Una sociedad refractaria: en el horno de la comodidad

18 de Marzo de 2016

Por Juan Sebastián Anzola Rodríguez

El finado ex presidente López Michelsen pronunció incendiario en un discurso del MRL que Colombia era una sociedad conservadora, años después declararía toque de queda para reprimir violentamente el Paro Cívico Nacional de 1977, muchos otros años después el Banco de la República imprime billetes de veinte mil pesos con su rostro. Este tránsito paradigmático de la revolución, pasando por la reacción hasta su constitución como parte del establecimiento no es excepcional en la política colombiana. El caso de José Obdulio Gaviria es singularmente estremecedor.

 

En su artículo “¿Por qué será que en Colombia somos tan godos?”, Camilo Castellanos acierta sin duda en demarcar la forma en que las clases dominantes mantienen el statu quo, reclutando sus servidores, escuderos, patrocinadores e informantes entre las capas medias de las poblaciones rurales y urbanas. Abriendo la senda de un ascenso social conmovedor y ejemplarizante forman una pequeña burguesía “más papista que el papa” dispuesta a reaccionar violentamente cuando siente en peligro su nueva posición.

 

Acierta también el autor en mostrar que el acceso a esta desclasamiento imbuido de pequeños pero seductores poderes (piénsese en la mayor parte de los burócratas) está marcado por exigentes y en ocasiones denigrantes pruebas de fidelización. Como todo rito de paso asociado al sectarismo, el sentido de ese nuevo estado al que se aspira se construye en la ordalía, ese sufrimiento que afirma o crea certezas imborrables (piénsese ahora en el entrenamiento militar).

 

Es cierto que este condicionamiento ha mantenido intactas las élites de este país, sin embargo aplica como es lógico para una pequeña minoría (los orejones, los tombos, los burócratas) y deja por fuera un factor determinante en la cultura política de la mayoría de las capas medias: la comodidad. Los intereses pequeño burgueses de los no alineados, los apolíticos, los pragmáticos, los decepcionados y los tránsfugas, incluso si no corresponden con los de las clases dominantes, esperan cómodos en el silencio. Sobra decir que su asentimiento circunstancial los ubica en una posición perfecta para entrar en todo tipo de transacciones que derivan entre la legalidad y la ilegalidad.

 

Pero esto no es una característica exclusiva de las capas medias, autores como Roberto Romero[1] o Frank Molano[2] han leído el gobierno de López Michelsen en clave de su repliegue hacia la comodidad que le proporcionaba su ascendencia dentro de las clases políticas dominantes. El MRL como esperanza se esfumó por completo en su gobierno marcado por el favoritismo, la concentración del capital y la represión a ciertos sectores populares como el sindicalismo.

 

La paradoja es continua, no solo López se acomodó, la mayoría de la gente lo hizo con él. Aunque los trabajadores manifestaron su inconformidad ante las medidas económicas antipopulares de su gobierno, la gran mayoría guardó silencio no solo ante la inflación sino también ante la represión que sufrieron los que sí protestaron. En el sentido común, en la prensa y la historia oficial a López Michelsen se le recuerda como el estandarte de la democratización post Frente Nacional y así quedara plasmado en los nuevos billetes.

 

No es en contra de López Michelsen, que en la historia vergonzante de los presidentes de este país no es el peor. Más bien es un embate contra el conformismo y la comodidad de las mayorías. La frase que retoma Camilo para resumir está actitud es “mejor malo conocido que bueno por conocer”, pero es preciso decir que esta sociedad es refractaria a los cambios no necesariamente porque le tema a los cambios, sino más bien porque el orden establecido le proporciona comodidad. Comodidad para ser cómplice por omisión o comodidad para actuar de manera individual en los márgenes bien conocidos del estado y la ley.

 

Por esto es común encontrarse con frases como “ese fue comunista hasta que empezó a ganar plata” o la tan pronunciada “yo fui socialista hasta que el capitalismo me sacó del error”. El tránsito expedito entre revolucionario y reaccionario está mediado por la comodidad, por el atajo, el individualismo y el dinero; que resumen la generalización de un sentido precario de lo público.  Ese pragmatismo revela a la vez lo fascinante que resulta para las aletargadas mayorías el postulado “hecha la ley, hecha la trampa” y cómo es fácil encontrar especialistas en la aplicación de lo segundo.

 

Los más godos en este país no son los curas, ni los militares, ni los burócratas del banco, ni los militantes del partido conservador. Los más godos se presentan como “no alineados”, los que tienen un poco más de vergüenza dicen que son de “centro” y que mejor no les hablen de política, desigualdad u otras mamertadas febriles de la juventud. Preocupados por el pan de cada día, mantienen cómodos en sus sillones a los que les dan migajas. Pero eso sí cuando se venga la política estarán dispuestos a recibir un López Michelsen, en forma de billete, para comprar la remesa. Quizás alcance para una torta, símbolo de una sociedad refractaria, silenciosamente ubicada en el horno de la comodidad. A unos pocos se les dará su tajada y los otros con hambre seguirán. Además de godos, pobres, diría el poeta Neruda con no poco sarcasmo.

 

A Camilo que abrió la senda de este pensamiento, una contrapregunta: ¿Por qué será que en Colombia somos tan cómodos?

 

 

 

[1] Romero, Roberto (2015) “Alfonso López Michelsen, el cuatrienio de la esperanza”. Disponible en: http://centromemoria.gov.co/alfonso-lopez-michelsen-elcuatrieniodela-esperanza-2/

 

[2]  Molano, Frank (2010). El Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977 en Bogotá. Las clases subalternas contra el modelo hegemónico de ciudad. Ciudad paz-ando, vol. 3 , no. 2, pp. 111-142.

 

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