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Una reforma para la memoria

20 de abril de 2017

Por Camilo Castellanos

¡Viva la paz, viva la paz!

Así trinaba alegremente un colibrí

sentimental, sencillo de flor en flor...

 

Nuestro premio Nobel de paz viene mostrando su verdadero rostro. Como si el dichoso reconocimiento tuviera la virtud de descascarar el revestimiento que hace ver áureo lo que no es más que modesto latón. Es lo que en el argot cotidiano se llama pelar el cobre.

 

La verdad es que no es problema sólo del personaje premiado. La clase política además de ineficiente en avanzar en los desarrollos legislativos que requieren los acuerdos de La Habana, se ha dedicado a desfigurarlos hasta convertirlos en eco nefasto de una época que se creía superada.

Tampoco avanza la implementación en lo que depende del Ejecutivo. Ni los indultos ni las zonas veredales demuestran lo contrario.

Algunos escépticos de los procesos de paz suelen recordar la perfidia de los gobernantes que a la sombra de los acuerdos y la desmovilización subsiguiente, han aprovechado las circunstancias para eliminar a sus adversarios. Es la vieja tradición que comienza con el arzobispo felón y los dirigentes comuneros, que pasa por Guadalupe Salcedo y que en nuestro país siempre pende sobre la voluntad de paz de los rebeldes como espada de Damocles.

 

El hecho es que hoy se sigue viendo a los que combatieron al Estado desde el mismo ángulo en que los veían cuando la confrontación estaba en su momento más distante de una salida política. De otra manera, en sectores del establecimiento persiste obstinado e indeclinable un ánimo contrainsurgente como si no pudieran renunciar a hacer realidad el fatal designio de un caucano del siglo XIX: la guerra perpetua. El mismo que escribió esta coplilla: “Guerras y sangre y exterminio y muerte, -- ese es tu porvenir y tu memoria – esa es, oh Patria, tu maldita suerte – y esa será tu maldecida historia”.

 

La última manifestación de este fenómeno es la inclusión del ministro de Defensa o su representante, por decisión presidencial, en la junta directiva del Centro de Memoria Histórica. En ley 1448 el Estado colombiano había renunciado a construir una memoria oficial. Un decir colombiano enseña que “hecha la ley hecha la trampa”. El reciente decreto 502 del presidente, es el primer paso hacia una verdad histórica a la medida de la impunidad reclamada por algunos sectores.

 

Pareciera ser que ahora el Centro de Memoria Histórica creado por la ley 1448, devendrá agencia de la memoria heroica. Ya se había propuesto la creación de un museo de la memoria militar. También es sabida la rutinaria práctica de trastocar los escenarios de los delitos que pudieran llevar a incriminar uniformados, eliminar testigos, destruir pruebas, amenazar investigadores, rehuir compromisos en las instancias internacionales de derechos humanos cuyas sentencias no les fueran favorables. Como parte de esa rutina y para los mismos efectos, el Ministerio de Defensa se sentará en el Centro que creó la Ley de Víctimas a determinar la política de memoria, a establecer las investigaciones a desarrollar y a disponer lo que es permitido publicar. Porque ahora la memoria histórica es el campo de batalla de una guerra que no se quiere dar por terminada.

 

…Y el pobre pajarillo

trinaba tan feliz sobre el anillo

feroz de una culebra mapaná.

Mientras que en un papayo

reía gravemente un guacamayo

bisojo y medio cínico:

 —¡Cuá, cuá!

 

Luis Carlos López

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